martes, 27 de marzo de 2018

DICEBAMUS HESTERNA DIE

Una mañana de 1577, el religioso agustino fray Luis de León entraba en la Universidad de Salamanca para dar su clase. Era el profesor de Teología, y una verdadera multitud lo aguardaba en el aula para escucharlo. El fraile acababa de salir de la cárcel, luego de pasar cinco años encerrado, solo, y en condiciones muy duras, en la prisión de Valladolid, acusado por la Inquisición de haber traducido al castellano un libro bíblico: «el Cantar de los Cantares», lo cual estaba prohibido, ya que la Biblia sólo podía leerse en latín. Ahora, finalmente absuelto, volvía triunfante para retomar la cátedra. Fray Luis subió lentamente al estrado, seguido por la ansiosa mirada de los alumnos que se disponían a oír el desquite preparado contra sus adversarios. Entonces, con voz serena y moderada, empezó: «Dicebamus hesterna die...» (Decíamos ayer) Y ante el asombro de los presentes, retomó la misma lección que cinco años atrás había interrumpido al ser encarcelado, como si todo este tiempo en la prisión no hubiera hecho mella en su ánimo.

(Tomado del libro enigmas de la Biblia) 

Fray Luis de León
De esta historia aprendemos tres lecciones:

A) VALIENTE Las convicciones de Luis de León eran tan sólidas que no fue disuadido por las disposiciones y prohibiciones del Concilio de Trento (1545 – 1563 d.C.) de usar exclusivamente la Vulgata Latina (Biblia en latín) y de no traducir la Biblia a la lengua del pueblo. 

B) INQUEBRANTABLE Los cinco años de solitaria y durísima reclusión no quebraron su espíritu ni sus convicciones, ya que éstas continuaban tan firmes como antes.

C) SIN RENCORES Luis de León estuvo preso a causa de las denuncias de un teólogo español de nombre León de Castro. De allí que al salir de prisión y al retomar su cátedra muchos esperaban que sus primeras palabras fueran de desquite, pero no, no fue así.

Aula de Fray Luis de León en las Escuelas Mayores de la Universidad de Salamanca


CONCLUSIÓN No permitamos que las disposiciones humanas o las críticas de los intolerantes nos muevan de nuestras convicciones. Al contrario, permanezcamos firmes y sin fluctuar, manteniendo nuestros corazones libres de rencores y sin raíces de amargura para no apartarnos del Dios vivo.  

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