sábado, 20 de febrero de 2021

 

PESIMISMO DESDE LA ESPERANZA

A continuación, un sucinto relato de cómo dos profetas: Jeremías y Ezequiel, se dedicaron a destruir las esperanzas de toda una nación.

𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐆𝐋𝐎𝐑𝐈𝐀 𝐀𝐋 𝐃𝐄𝐒𝐀𝐒𝐓𝐑𝐄 El ministerio de Jeremías inició durante el reinado de Josías, quien fue promotor de reformas religiosas muy importantes, que supusieron el retorno a Dios; pero también, fue la época del hundimiento de Asiria, de las aspiraciones expansionistas de Egipto y Babilonia, de la muerte del gran rey Josías, del ascenso de Nabucodonosor al trono de Babilonia, de los reyes títeres en Judá al servicio de Egipto y Babilonia, de la destrucción del templo de Jerusalén y la subsecuente deportación de miles de judíos a tierras extranjeras.

𝐏𝐄𝐒𝐈𝐌𝐈𝐒𝐌𝐎 𝐄𝐍 𝐉𝐄𝐑𝐔𝐒𝐀𝐋𝐄𝐍 Jeremías en Jerusalén, pudo ver con tristeza, el creciente deterioro de Judá después de la trágica muerte de Josías. Casi al final de su ministerio, vinieron días más turbulentos con el asedio babilónico a Jerusalén. Con todo, hubo grupos de judíos que tenían la esperanza que los deportados regresarían a su tierra, que Jerusalén resistiría y que Babilonia sería derrotada. Jeremías, en lugar de estimular y fortalecer la esperanza de los asediados, se dedicó a desanímalos y a recomendarles que se rindieran ante Nabucodonosor.

𝐏𝐄𝐒𝐈𝐌𝐈𝐒𝐌𝐎 𝐄𝐍 𝐁𝐀𝐁𝐈𝐋𝐎𝐍𝐈𝐀 Ezequiel llegó a Babilonia en el 597 a.C. durante el reinado del rey Jeconías. Estando en Babilonia, fue llamado a ser profeta entre los otros judíos que como él, eran exiliados. Esos judíos, tenían la esperanza que volverían pronto a la tierra que YHVH les había dado, pero Ezequiel, por siete años y de manera sistemática, se dedicó a través del mensaje (oral o dramatizado) a destruir las esperanzas ardientes de su propio pueblo.

𝗗𝗘𝗟 𝗣𝗘𝗦𝗜𝗠𝗜𝗦𝗠𝗢 𝗔 𝗟𝗔 𝗘𝗦𝗣𝗘𝗥𝗔𝗡𝗭𝗔 Los intentos de Jeremías y Ezequiel de destruir las esperanzas de sus hermanos en Jerusalén y en el exilio fueron vanos. La esperanza judía seguiría firme, mientras Jerusalén y el templo del Señor estuvieran en pie. Pero todo cambió, el 14 de agosto del año 586 a.C. fecha en la cual Jerusalén cayó y la casa de YHVH fue destruida. El doloroso acontecimiento supuso al menos tres cosas: confirmó que el pesimismo profético de Jeremías y Ezequiel tenía la razón, provocó el descalabro total de la esperanza popular y marcó el inicio de la segunda etapa del ministerio de Ezequiel: la de construir una nueva esperanza, basada exclusivamente en Dios y su palabra viva.

𝐂𝐎𝐍𝐂𝐋𝐔𝐒𝐈𝐎𝐍 Cuando la esperanza popular está basada en la vanidad, es un imperativo divino cuestionarla, por medio de ese pesimismo profético, cuyo horizonte es la construcción de una nueva esperanza, basada en una comprensión renovada de la palabra de Dios. YHVH arremetió con violencia contra su propia ciudad y su propia casa, el objeto de la confianza y esperanza de su pueblo, con tal de hacerlo volver al camino de la cordura.

Este post no propone al pesimismo como un modelo de vida, ni tampoco pretende legitimar la visión pesimista. El objetivo es mostrar como la falta de entusiasmo y adhesión a las esperanzas populares es una praxis válida bíblicamente, siempre y cuando claro está, se tenga una esperanza superior con bases sólidas y firmes.

 

 CATASTROFE EN MASADA

La primera guerra judeo romana tuvo lugar entre los años 66 y 73 d.C. Al inicio los judíos alzados en armas obtuvieron importantes victorias que después fueron eclipsadas por las derrotas que les infligieron las legiones romanas. Después de perder Galilea y Judea quedó un reducto de judíos fanáticos que se refugiaron en Masada («fortaleza» en hebreo).

Masada, estaba ubicada sobre una roca natural a unos 50 metros sobre el nivel del mar, estaba protegida por una muralla de unos 1500 metros de longitud y 4 de ancho y con abundantes reservas de agua y alimentos para resistir muchos días. En esta fortaleza se atrincheraron unos 1000 judíos (no todos combatientes) entre los que según algunos informes, había sicarios que eran un grupo separado de los zelotes y mucho más fanáticos y extremistas que ellos.

La resistencia de los defensores fue heroica pero inútil, ya que cuando los primeros soldados romanos entraron a la fortaleza no hallaron más que 2 mujeres y 5 niños que se habían escondido; el resto se había suicidado como un último acto de desafío contra Roma. Fue así como acabó la rebelión judía que había iniciado 6 años antes. Hoy, casi dos mil años después, dicha resistencia contra el imperio sigue inspirando a muchos, entre ellos, los soldados israelíes que juran que «Masada nunca volverá a caer».

La aplastante derrota judía que empezó en Galilea y que culminó en Masada, no fue otra cosa que la evidencia indubitable del rechazo y el abandono divino de esa nación. De nada sirvió la determinación fanática de los zelotes ni lo inexpugnable de la fortaleza en la que se atrincheraron, de todas maneras sucumbieron, azotados por la implacable ira divina.

Esta historia vista desde la perspectiva del Nuevo Testamento, no es una lección de heroísmo, sino una advertencia a todos aquellos que rechazan al Unigénito de Dios. Ya Jesús lo había anunciado en una de sus parábolas: «Al oírlo el rey, se enojó; y enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos homicidas, y quemó su ciudad» (Mateo 22:7).